28 nov 2011

Notas sobre seguridad pública y ciudadana, cohesión social y gobernabilidad democrática.

El vínculo entre seguridad y gobernabilidad parece depender de un contrato moral de confianza entre ciudadanos y gobernantes que está haciendo agua en las grandes urbes latinoamericanas. Una reflexión de un investigador uruguayo, que cae como anillo al dedo en la presente coyuntura que vive Bogotá.

Llevar adelante la gobernabilidad democrática supone compatibilizar los conflictos sociales y la preservación del régimen político, así como desenvolver la capacidad para gestionar la política, lo que supone tener mecanismos de representación adecuada y, lo más importante, confianza de la ciudadanía en las instituciones. La fuerte percepción, basada en hechos, de inseguridad que prevalece en buena parte de los grandes centros urbanos de América Latina, tiende a erosionar el régimen político, la actividad de gobierno y el tejido social.

La gobernabilidad puede ser afectada por numerosos factores, no sólo los problemas sociales que ponen de manifiesto necesidades insatisfechas y falencias del gobierno en el diseño e implementación, sino también en la existencia o no de una situación de seguridad pública, que reduzca al máximo el miedo del ciudadano en ese aspecto.

Toda actividad humana se basa en la probabilidad. Como se sabe, se puede hacer un manejo de la probabilidad al estilo del que plantean las compañías que ofrecen seguros, haciendo un cálculo actuarial. Normalmente esos cálculos actuariales se basan en datos más o menos "duros" y supone el manejo estadístico de información de base. En cuanto a seguridad pública se supone que la base está en información provista por organismos judiciales, policiales, hospitalarios, organismos de asistencia social, penitenciarios, etc. Toda esa masa de datos supone construir un modelo y de este modo obtener un contexto de seguridad o inseguridad de tipo "objetivo". Lamentablemente, no siempre se cuenta con esta información, y muchas veces no es consistente, siendo fuertes las discrepancias entre las diversas fuentes de datos.

Además, hay que tener en cuenta que ciertas formas de delictividad menor, que no suponen violencia, o cuyo efecto sobre la propiedad no implica la necesidad de obtener certificados o constancias, para presentar ante empresas de seguros, financieras, o emisoras de documentos, no suelen denunciarse.

Pero, hay otra forma de (in)seguridad, que podríamos denominar como subjetiva, producto de la percepción de la situación que tiene el habitante. La misma puede partir de encuestas de victimización, o simplemente de percepciones acerca de la situación y el ambiente de seguridad.

Esta (in)seguridad percibida suele diferir bastante de las mediciones provenientes de los datos que conforman la (in)seguridad objetiva, y es un punto que condiciona las políticas públicas, influye sobre como se imagina la convivencia comunitaria y cual es el tipo de "comunidad imaginada deseable" y refleja la situación de cohesión (o falta de) social.

Los delitos que afectan más la percepción de la población son de dos tipos, los que afectan a las personas, que incluyen el homicidio, fundamentalmente el de tipo doloso, las diversas formas de agresión que pueden provocar lesiones. Los delitos que suponen la pérdida de la libertad, como el secuestro. Otros tipos de delitos que influyen fuertemente en la sociedad son los de tipo sexual, las violaciones, o la trata de personas.

Un segundo tipo de delitos que incluye mucho, son los que afectan la propiedad, La modalidad varía pues hay distinguir el hurto de la rapiña, de la comisión de robos mediante el uso o la amenaza del uso de la violencia, que, en tal caso, pasa a ser delito contra la propiedad y contra la persona.

El crecimiento urbano, y la complejidad social ha dado origen a nuevos tipos de delitos, complejos, producto de la acción de organizaciones delictivas.

Muchos se asocian al comercio o provisión de drogas.

Con sin delito conexo uno de los problemas fuertes de la inseguridad es la de tipo vial, producto de accidentes de tránsito.

Otro tipo de acción delictiva a tener en cuenta es la situación deriva de desastres naturales, que afectan la capacidad de es respuesta, sea estatal o comunitaria y que puede tener, como resultado conexo la practica delictiva.

Hay otros delitos que no tienen la misma connotación, como el contrabando que, en muchos casos la población, sabiendo que es una conducta antijurídica, sin embargo, puede considerarlo como socialmente tolerado y es practicado abiertamente. Hay otras formas similares de conductas delictivas, que al no tener una "víctima aparente" tienen la misma consideración, pero no hay duda que causan perjuicios.

Casos muy difíciles de resolver se ven día a día, con la falsificación de productos, el consumo de servicios robados de todo tipo, desde la producción artística a la provisión de energía eléctrica.

En cuanto a las estafas, en más de un caso son producto de la codicia de la víctima que se deja engañar, y normalmente sólo suelen provocar problemas en las víctimas, siendo que el resto de la sociedad, en más de un caso, hasta "comprende" a quién es el actor ejecutivo del delito.

El cohecho o el soborno, actividad corriente en toda sociedad en su relacionamiento con ciertos representantes estatales, puede ser tolerado, pero dependiendo de cada sociedad, es mal visto. La prédica constante de los últimos años ha sido eficaz para, poco a poco considerar que esas conductas no son aceptables. San Cipriano, uno de los Padres de la Iglesia, en el siglo V, notaba que los privilegios son aceptados por los sectores sociales subalternos si, a cambio hay protecciones, o se benefician por algún "resto" que cae de las mesas de los poderosos. Pero no los acepta si no hay nada a cambio. Ha corrido mucha agua desde entonces, y, cada vez más, lo que los poderosos transfirieron, en protecciones, servicios y prestaciones se considera un derecho y no una dádiva generosa y no suele tener buena prensa. El "clientelismo horizontal", la cobertura global de sectores desfavorecidos es a una practica constante con más de 80 años de antigüedad, que ha sustituido, en gran medida, el clientelismo vertical tradicional.

Hay diversos factores que favorecen la actividad delictiva. El fuerte crecimiento urbano, la existencia de un número importante de gente joven que sabe que no tendrán oportunidad de tener una actividad en el mercado laboral de tipo formal, la inexistencia de marcos de contención familiar. A su vez hay nuevas técnicas delictivas en proceso.

En lo cultural, hay que señalar el consumo de drogas y alcohol es otro factor de atracción hacia el delito., así como la introyección de pautas intolerantes, del uso de la violencia, del porte y uso de armas.

El ethos dominante en los sectores más jóvenes ha conducido a la creación de un sector "lumpen consumerista", compuestos por jóvenes "ni-ni" (ni trabaja ni estudia), que además considera que un empleo, un trabajo mal pago no debe aceptarse y que debe recorrerse otro camino.

(En un reciente viaje al sur, oí como una "barra de la esquina" de varios adolescentes le gritaba a un chico que hacía mandados para la farmacia en forma insultante: " alcahuete trabajas por dos mangos!", señalando que el camino no es aceptar trabajos de base con poca paga, sino subvertir el orden social promedios no legales). En términos del argot rioplatense, para muchos jóvenes el pensamiento dominante es "si aceptas un laburo por 4 mil mangos, sos un gil"(Si tienes un empleo que sólo te paga 8 mil pesos, un poco más de 200 dólares al mes, eres un estúpido)

Hoy muchos de los pequeños actos delictivos no son por una situación desesperada de falta de cobertura de necesidades básicas, sino por falta de posibilidades de alcanzar un estatus social que permite tener la ropa de marca y otros símbolos propios de la sociedad de consumo.

El fenómeno también se manifiesta en la pérdida de autoridad de parte de maestros y profesores en establecimientos educativos, en los que los alumnos los maltratan. Muchas de estas instituciones, "aguantaderos" de tensiones sociales, focalizan allí tensiones y problemas barriles y son centro constante de problemas, no instituciones educativas. Más que instruir, la tarea básica de maestros y profesores en ciertos contextos urbanos críticos es contener... cosa para la cual muchos no están preparados.

Aunque no es "todo" el problema, en un contexto de fuerte crecimiento demográfico, con sociedades jóvenes (y también se da en las envejecidas) este nuevo pensamiento lleva a dejar obsoletas muchas de las asunciones recientes sobre el problema delictivo.

La mano dura, las razzias, no cambian los valores. Es más acentúan luego el camino hacia la delincuencia como forma de vida permanente. Hay países donde se intenta bajar las edades de imputabilidad. Obviamente, si eso ocurre, los adultos manipularan, cada vez más a menores que estén por debajo de la edad establecida. Por otra parte los enfoques basados en la responsabilidad de la sociedad pura, por la existencia de sectores marginalizados o excluidos, tiende a ser no mucho más de un "mar de letras" y de buenas intenciones, mientras que el habitante está dispuesto a aceptar soluciones drásticas que afectan la convivencia en un marco democrático.

Muchas medidas han sido exitosas, como la constitución de redes ciudadanas en apoyo de la seguridad, los cambios realizados en el uso y conservación de espacios públicos. Pero son tareas que requieren constante acción y cuidado, y no siempre se cuenta con las ganas de los grupos sociales para seguir adelante con la tarea. Un ejemplo lo da Bogotá que logró un cambio sustancial en su situación bajo los alcaldes Peñaloza y Mockus, y hoy el destituido Moreno ve nuevamente un deterioro marcado de la situación.

Este panorama se complica aún más por el crecimiento de las actividades propias de la delictiva compleja, que supone la intervención de muchos actores. No sólo el tráfico de drogas, una de las actividades más cubiertas por los medios de comunicación es parte de ello. Aunque dados sus anexos violentos son uno de los puntos sustanciales cubiertos por media. Ya no sólo se provee de droga a sectores afluentes, ahora se han creado productos para sectores subalternos (crack, pasta base, "paco" son algunos de los nombres de estos productos). Para conseguirlos, o para garantizar bocas de expendio, se practica formas nuevas de violencia, que afectan no sólo al círculo de proveedores y consumidores sino al resto de la sociedad.

Asimismo supone el uso de "mano de obra" barata, sean estas "maras", personas marginales, etc. Que contribuyen al deterioro de la cohesión social.

También hay que señalar otras formas, como el robo de cables de cobre, para uso telefónico o trasmisión eléctrica, tapas de alcantarilla u otras partes de mobiliario urbano factibles de reciclar. El robo de servicios, como el de energía eléctrica, agua potable, TV cable y otros servicios. Robo de teléfonos celulares para revenderlos, en muchos casos para apoyar otras actividades delictivas. Robo desarmado de vehículos o de sus partes. Robo de combustibles y lubricantes. Abigeato, robo de semovientes. Tráfico de personas, sea la mera inmigración, o la prostitución, o de órganos Robo de información digital, o de tarjetas de crédito. Secuestros "express" para vaciar cuentas utilizando cajeros automáticos. Lavado de dinero y otros activos.

También hay que tener en cuenta el efecto de "aprendizaje" que se da en los centros de detención y las prisiones, donde es poco el éxito que se registra en la rehabilitación.

En forma más genérica hay que señalar los problemas que plantean los organismos judiciales y policiales que repercuten sobre la calidad del Estado de derecho y por ende de la democracia. La justicia es lenta y muchas veces puede ser manipulada o corrompida. La actividad policial vive constantemente bajo el acecho de la corrupción.

Los daños producidos por los delitos, refieren al derecho a la vida o a la integridad física, o la libertad personal, o la dignidad humana que puede ser agredida por conductas sexuales abusivas, por ejemplo.

Tiene costos, que pueden llegar desde la atención médica a la psicológica, así como las pérdidas que se trasmiten en el marco económico social por imposibilidad de desempeñar una tarea, devenir discapacitado, etc. Hay en esos casos una pérdida real de "capital social" que no es fácil de medir. Supone costos crecientes en seguros de salud, seguros financieros, y la posibilidad de perder inversiones o empleos por fuga de empresarios o capitales vista la inseguridad, real o percibida reinante.

Esto lleva ala pérdida de recursos para el Estado y la desconfianza en el Estado de derecho y, en la cohesión social. Los sectores altos apelan a mecanismos pasivos de defensa, alarmas, rejas, cámaras, etc. Y activos contratando agentes privados.

Los sectores situados más abajo en la escala social no tienen esa capacidad y eso lleva a desconfiar del Estado como proveedor de uno de sus fines primarios, asegurar al máximo la seguridad de sus habitantes.

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La cohesión social se ve fuertemente afectada por la vigencia de un sistema económico que con aunque con restas impera en casi toda la región, el capitalismo, que conlleva fuertes desigualdades sociales, acentuada por el hecho que la mayoría de los países son productores de materias primas a través explotaciones agropecuarias fuertemente mecanizadas, o de minería, que ocupa directamente a poca mano de obra, dejando como principal fuente de empleo la provisión de servicios, muchos de ellos en condiciones de informalidad.

Para muchos de los integrantes de los sectores sociales subalternos esta situación se percibe como intolerable, es fuente de resentimiento y de conductas que llevan al camino del delito. La ausencia de capacidad de consumo, o del tipo de consumo deseado impulsa a sectores más decididos de la sociedad a recorrer caminos alternativos. Así como muchos lo hacen desempeñándose en la informalidad laboral, otros recorren el camino de la actividad delictiva.

La misma provoca reclamos societales fuertes, especialmente en los estratos medios y medios bajos que reclaman "mano dura".

La misma, a veces se implanta, en forma simplista, y su resultado es la agudización y no la solución del conflicto y, en tiempos en que se han afianzado libertades no se puede recurrir a la fuerza bruta que ahoga reclamos como ocurría en tiempos autoritarios no tan lejanos en el tiempo.

Una pregunta central del vínculo entre seguridad y gobernabilidad democrática es cómo desarrollar las distintas dimensiones de la seguridad en condiciones de gobernabilidad. Preservar la gobernabilidad es fundamental para el mantenimiento de la democracia. Esto se va tornando cada vez más complejo, por el proceso de inflexión y cambio que está experimentando en muchos países de América Latina.

Si consideramos que la democracia debe ser vista no sólo como un régimen institucional, sino como una forma de vida que supone la vigencia de garantías propias del Estado de derecho y la tolerancia, una situación de inseguridad, fuertemente percibida por los ciudadanos, es una fuente de desestabilización y no favorece la cohesión social.

La pobreza afecta la libertad, las oportunidades de empleo limitadas y la marginalización, el deterioro constante de la infraestructura pública, especialmente el mobiliario urbano y las vías de tránsito, la intolerancia, que se manifiesta en actos cotidianos, en eventos deportivos, la sensación que el sistema educativo no proporciona herramientas de integración social, no son sólo síntomas, ni creaciones exclusivas de los medios de comunicación social. Es cierto que éstos multiplican las sensaciones de inseguridad, pero es un hecho que ésta existe y condiciona la vida de la sociedad y la acción de los gobiernos deteriorando la calidad de la democracia.

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El concepto corriente a emplear es el de seguridad pública, la necesidad de que el Estado proteja a los habitantes de la acción delictiva. Se trata de un concepto basado en la acción del Estado, en la cual los habitantes son un sujeto pasivo no participante.

Se diferencia del orden público, que supone la existencia de normas de convivencia y so de los espacios públicos, y que normalmente se consideran cuando tiene efectos negativos, por su alteración en casos de protesta que implicaría la pérdida de la "tranquilidad publica". Sin embargo, poco a poco, como se considera parte de la protesta social, producto de la existencia de desigualdad social y marginalidad, la tolerancia ante el "desorden" ha crecido fuertemente.

La noción de seguridad ciudadana, supone la participación de la comunidad y más aún apunta a una posición "garantista" de libertades y, en la práctica supone que se defiende al colectivo ciudadano, apuntando a cada individuo en particular. Aunque se habla de ciudadanos, el concepto realmente abarca a todos los habitantes, sea o no jurídicamente un ciudadano

Muchos de los países han logrado introducir una diferencia entre el concepto de defensa nacional, el mantenimiento de la soberanía, frente a amenazas provenientes del exterior. Se la distingue de la seguridad del Estado, que tiene un alcance mayor, pues las amenazas que recibe el Estado, se refieren a su estructura. Hay también una seguridad gubernamental, en este caso referida a cada conducción política específica del Estado.

En cuanto a la cohesión social, importa, entonces manejar un concepto adecuado de seguridad ciudadana, y partir de allí, delinear políticas de acción, que suponen una importante participación.

Con ello es posible mantener una gobernabilidad con contenido democrático, que permita mantener el Estado de derecho.

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Se trata de un tema que constantemente preocupa la atención de los habitantes y tiene connotaciones políticas fuertes, dado que los organismos estatales encargados de proporcionar seguridad no pueden hacerlo.

Confesar que no es sólo un problema del Estado, sino de la sociedad, tratar de lograr el involucramiento de la misma es muy relevante y por esa vía se han logrado algunos buenos resultados. Pero, los proyectos llevados adelante suelen tener alcance limitado, local. Sin un cambio en la conducta de las generaciones venideras el problema se agudizará. Supone tener en cuenta no sólo la adecuada combinación entre prevención y represión, no sólo las políticas de manejo adecuado de lugares públicos y la expansión de los consejos ciudadanos de seguridad pública y la lenta acción de los organismos judiciales y policiales sino un cambio de valores, para reducir el "lumpen consumerismo" Los medios pueden hacer mucho al respecto, pero los intereses en contrario, por el momento siguen dominando.

Bogotá, metrópoli en crisis

La ciudad no sufre solo problemas de movilidad, inseguridad y mala gestión político-administrativa, sino que atraviesa una auténtica crisis de sostenibilidad sistémica: se han acumulado fallas territoriales, ecológicas, sociales, económicas, político-administrativas, de relaciones con las instancias nacional y regional de gobierno. Ningún candidato parece consciente de los retos pendientes. **

La capital colombiana responde más a una especie de realización de la ciudad que a la construcción planificada de una urbe. Bogotá refleja la problemática de un país en desplazamiento, hipertrofiada y carente de bases realmente racionales.

Entre las muchas distorsiones y omisiones en el estudio de los problemas del desarrollo de Latinoamérica y el Caribe –y la casi exclusiva concentración de los economistas, políticos y analistas en general en torno al crecimiento del Producto Bruto Interno (PIB) de los países, así como la deliberada exclusión de los aspectos sociales, urbanísticos, ambientales y político-administrativos–, la problemática de las ciudades viene quedando soslayada y subestimada. Esta circunstancia requiere hoy la mayor atención por cuatro razones principales: (i) la mayoría de la población de los países se torna urbana, y desde allí demanda, sin éxito y cada vez con mayor vehemencia, empleo, servicios y oportunidades de progreso, cuya circunstancia se puede agudizar en los próximos años, cuando podrá constituir ente el 80 y el 90 por ciento de las respectivas poblaciones nacionales; (ii) casi todas las ciudades se acercan al límite de saturación demográfica, depredación ambiental, organicidad funcional, eficiencia y conflicto social; (iii) porque ha comenzado a hacerse efectiva la amenaza de los efectos catastróficos del cambio climático ya en marcha; y (iv) el surgimiento del compromiso imperativo de adaptar y replantear las estructuras de nuestras viejas ciudades en función de la nueva sociedad urbana del siglo XXI, y los sorprendentes cambios tecno-científicos, urbanísticos, sociales, culturales, geopolíticos y administrativos que la nueva centuria traerá aparejada.

Entre tanto, la mayoría de las ciudades grandes y medianas de la región, como México, Caracas, Bogotá, Lima, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Santiago, Quito y La Paz, sucumbe a: impacto de la aglomeración excesiva, creciente deterioro de sus estructuras urbanísticas y ecológicas, desajustes de sus economías, descenso de la calidad de vida, agudización del conflicto social y la violencia, ausencia de planificación y ordenamiento territorial, desgreño administrativo y corrupción. Y Bogotá parece llevar la delantera en este drama urbano y metropolitano.

En efecto, en los últimos 60 años, Bogotá y su entorno regional han sido escenario de un acelerado y complejo proceso de urbanización, crecimiento, desarrollo y modernidad, el cual –por falta de adecuado control, encauzamiento y manejo político-administrativo– hoy se presenta traumático, conflictivo y casi inmanejable. En tal período, la capital recibió amplios contingentes de migrantes de todo el país, la población se decuplicó, sus actividades sociales y económicas crecieron y se tornaron cada vez más dinámicas y complejas; su comunidad experimentó transformaciones y reducciones en la calidad de vida y sus valores, actitudes, motivaciones, aptitudes y aspiraciones; y, al impulso del movimiento internacional denominado arquitectura moderna, la ciudad adquirió la apariencia de una urbe típica del siglo XX.

Pero por falta de planificación prospectiva, conocimiento ecológico; y visión de ciudad, suficiente dinamismo económico, solidaridad social y compromiso político de la clase dirigente, este interesante proceso sociocultural y urbanístico se tornó conflictivo, la ocupación territorial operó contra natura, la producción se hizo depredadora, la calidad de vida descendió, la segregación social se afianzó, el conflicto social se agudizó, la producción se tornó depredadora, y la funcionalidad urbana comenzó a entrabarse hasta el punto de aproximarse al colapso. A esto se agrega el comienzo de los efectos adversos del referido cambio climático, el recrudecimiento y la agudización de las falencias político-administrativas que afectan al país desde hace 200 años, con su impronta de limitada capacidad de gestión, escaso espíritu de servicio, ausencia de voluntad política para resolver los problemas, bajo compromiso, y con frecuencia desgreño y corrupción.

Por este camino de crecimiento, y desarrollo espontáneo y anárquico en poco más de medio siglo se llegó a la convulsionada ciudad-región de hoy, así como a la angustiosa percepción colectiva del fracaso político-administrativo. En ausencia de conocimiento y análisis histórico de esta situación, también se percibe erróneamente que ésta es sólo imputable a las últimas administraciones.

Dos factores estructurales explican esta penosa realidad de la ciudad. El primero es la característica típica del funcionamiento de la urbe capitalista –en particular la subdesarrollada y periférica–, según la cual:

(i) la tierra urbana y sus servicios públicos constituyen la mercancía más costosa; (ii) la ubicación de la población en cada ciudad se produce en función del poder de compra familiar, dando paso a la segregación social; (iii) el capital y la inversión se concentran en las mayores aglomeraciones demográficas para beneficiarse de las economías de escala y otras conexas, generándose la concentración de oportunidades de trabajo, servicios y realización individual, y, por tanto, la depresión de las demás ciudades y regiones, y éxodo de la población a las grandes ciudades; (iv) para honrar al mercado –sobre todo el neoliberal en su versión de “capitalismo salvaje”–, la tierra y la economía urbana deben carecer de adecuada intervención reguladora del Estado, lo que significa dejar la urbanización en manos de los terratenientes urbanos y suburbanos, formales e informales, y los urbanizadores delincuentes, y la dinámica económica en manos de los explotadores, con la secuela de la continua ampliación del lumpen proletariat y el conflicto social; y (v) como resultado, el crecimiento y el desarrollo urbano y el funcionamiento de la ciudad se generan de modo anárquico, antiecológico, traumático, conflictivo y sin auténtica planificación urbana y regional. Por tal camino, Bogotá fue llegando al estado de insostenibilidad de hoy.

El segundo factor se relaciona con la incapacidad de la tradicional clase dirigente capitalina para entender y enfrentar el reto de la administración del desarrollo de la ciudad, en especial a partir de 1948, cuando “el bogotazo” –generado por el asesinato del líder popular bogotano Jorge Eliécer Gaitán– dejó semidestruido el centro de la ciudad, sacó a flote el conflicto social urbano e hizo aflorar una conciencia crítica sobre la ciudad del momento y del futuro. Para enfrentar la situación, se contrató a los mejores urbanistas internacionales de la época para planificar la ciudad en la perspectiva del año 2000, pero sus propuestas, aunque acogidas en decreto oficial, fueron pronto abandonadas [1]

Del desempeño de este segundo factor se puede concluir: (i) la profunda crisis que afecta a Bogotá no es imputable sólo a la actual administración ni a cada una de las sucesivas anteriores sino a la acumulación de omisiones, errores y aplazamiento de soluciones que el crecimiento y el desarrollo citadino requerían oportuna y eficazmente a lo largo de más de 50 años; (ii) con las excepciones de rigor, la falla básica de las varias administraciones radica en la falta de visión y un conocimiento profesional de la urbe, su naturaleza, su organicidad, su funcionamiento, su dinámica, su íntima relación de dependencia del ecosistema natural, y el relacionamiento sistémico de los factores que intervienen en su crecimiento y desarrollo; (iii) las sucesivas administraciones han carecido de la visión prospectiva de la ciudad y de construcción de su futuro, circunstancia que significa subestimar los cambios y las nuevas exigencias de la urbe contemporánea; (iv) las últimas Alcaldías no han advertido la amenaza para la ciudad y su población derivada del cambio climático, y esto deja a la ciudad y sus habitantes a merced de implacables desastres naturales, los primeros de los cuales ya hacen presencia con la inundación de la Sabana y cinco localidades bogotanas, y deslizamientos masivos en varias zonas de riesgo; (v) los alcaldes –también con excepciones– no han tenido una percepción clara de la naturaleza y las finalidades de su importante función pública, y han soslayado el mandato constitucional relativo a la responsabilidad de la organización y el funcionamiento de la ciudad y la gestión de sus servicios públicos; (vi) los alcaldes –de nuevo, con excepciones– parecen haber concentrado su gestión en el ejercicio tradicional del gobierno local y el reparto burocrático de cargos y responsabilidades entre su clientela electoral. Y, con ello, la ciudad queda en manos de la improvisación y el afán de lucro de constructores y urbanizadores formales, informales e ilegales, y de asesores y contratistas irresponsables y corruptos; (vii) tampoco se han preocupado los alcaldes por introducir coherencia y eficiencia en el sistema nacional de planificación para las entidades territoriales –incluido el Distrito Capital–, que fragmenta inconvenientemente el ejercicio planificador en cuatro instrumentos sin la debida unidad y coherencia [2]; (viii) asimismo, no han hecho los esfuerzos necesarios para que el país institucionalice un esquema de ordenamiento del territorio nacional que le permitan al Distrito, los municipios y las regiones ordenar el territorio y el desarrollo de las ciudades, en especial las áreas metropolitanas, como Bogotá.

El análisis de estos factores y sus expresiones permite llegar a la conclusión de que Bogotá no está afectada simplemente por la crisis de movilidad, la inseguridad y la gestión política-administrativa –como lo señalan los medios y parece que lo percibe la comunidad capitalina– sino por una auténtica crisis de sostenibilidad, que incluye y combina sistémicamente aspectos territoriales, ecológicos, sociales, económicos, político-administrativos, y de relaciones con las instancias nacional y regional de gobierno; así como por el efecto sobre la capital de los difíciles problemas que afectan al país en su conjunto.

En efecto, la ciudad invade y deteriora el ecosistema natural al ocupar en forma indebida y contaminar los recursos hídricos del río Bogotá y sus afluentes urbanos; ocupa y desestabiliza irresponsablemente los cerros y piedemontes urbanos, y con ello vulnera el sistema de recarga de acuíferos; genera la contaminación de las aguas y las tierras agrícolas, así como el aire, el ámbito sonoro y el paisaje urbano; permite la decuplicación del parque automotor –que hoy incluye casi dos millones de vehículos, de ellos alrededor de 1,3 millones particulares, más de 250.000 motocicletas y 10.000 de tracción animal–, y sólo ha ampliado la estructura vial en el 2 por ciento.

Bogotá contrató los estudios de “la primera línea del Metro” sin contar con un estudio integrado de la ciudad en su conjunto, su problemática de movilidad y los retos de su futuro desarrollo; no instauró un sistema vertebrado, articulado, jerarquizado, multimodal y eficiente de movilidad, y en cambio introdujo un sistema parcial de transporte público –Transmilenio– que se saturó en menos de 10 años y acumula elevados costos de infraestructura y mantenimiento; no ha organizado, integrado ni coordinado el funcionamiento anárquico e ineficiente del complejo parque automotor; no ha puesto en marcha un sistema integrado de transporte público; genera un estructura urbanística caótica, no funcional, segregada e ilegal en alrededor del 50 por ciento del área urbanizada.

La capital no establece lazos regionales de concertación, planificación e integración del desarrollo regional con los municipios sabaneros; no desarrolla una economía que ofrezca trabajo productivo –en 2010, el desempleo alcanzó el 12,4 por ciento, el subempleo el 40, la pobreza el 45,1 y la indigencia el 3–, ingreso justo, servicios eficientes y oportunidades de realización personal y colectiva, a pesar de que ostenta en el país la primacía en producción: 26,8 por ciento del PIB nacional, 80 de las operaciones bursátiles, 40 de los depósitos bancarios, 60 de los computadores, 55 de los contratos de seguro. Sus autoridades han carecido de visión de ciudad, y Bogotá de planificación y ordenamiento territorial que sean eficientes y efectivos; y su gestión administrativa ha sido sistemáticamente deficiente, burocratizada y afectada por el desgreño y la corrupción.

Al lado de este cuadro adverso, Bogotá y su entorno regional –así como muchas otras ciudades colombianas– comienzan a enfrentar la amenaza de inundaciones, deslizamientos, limitaciones en la disponibilidad de agua, y deterioro de las tierras y las actividades agrícolas e industriales. Esta circunstancia demandará la liberación territorial del valle aluvial y las rondas fluviales, y el traslado de la población, así como de las demás asentadas en condiciones de riesgo, lo que puede significar el desalojo de alrededor del 40 por ciento del área urbana hoy ocupada y el traslado de su población. Todo ello implica un descomunal e imprevisto costo, replanteamiento drástico de la estructura urbana y la movilización de la población, y el manejo de los complejos conflictos sociales que ello puede traer aparejado.

Resulta obvio que el Distrito Capital no puede enfrentar estos retos simultáneos con los valores, las actitudes, las motivaciones, la visión, y los recursos políticos y administrativos tradicionales de la dirigencia que asumió las administraciones de los últimos 60 años. He aquí el meollo de una auténtica crisis de sostenibilidad.

Por otra parte, tampoco se vislumbran en el horizonte político de la capital las fuerzas políticas y sociales organizadas, capacitadas, dispuestas a enfrentar la crisis. Y si “la verdadera crisis consiste en que la realidad existente se desploma y no se cuenta con algo nuevo para reemplazarla” –como la concibió Antonio Gramsci, hace precisamente 60 años–, no hay duda de que Bogotá es un metrópoli en crisis.

fuente:http://razonpublica.com/index.php/recomendado/2428-bogota-metropoli-en-crisis.html

In Memoriam Fernando Garavito

Al amigo, al compañero, al maestro. En el primer aniversario del fallecimiento de nuestro Editor Emérito, estos escritos suyos son pinceladas que lo mantienen vivo para nosotros.

No estoy, no soy, no existo, no hablo, no pienso, no escribo. Esto que está escrito aquí, no está escrito. Esto que pienso para escribir lo que está escrito aquí, no está siendo pensado. Pulso las teclas de este aparato (que no es aparato) de manera automática. Puedo escribir puedo escribir como puedo escribir hdgfyiuqwgjbf qakju. Y nada más. Y nada menos.

Banquete de Cronos, 2007.

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"La vida se me ocurre algo sin importancia, y la muerte peor... sin importancia".

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Ejercicios de soledad

Estamos solos la mosca y yo
en esta tarde de sábado.
No intento sorprenderla como ella,
que surge sin saber cómo
mientras levanto la vista del libro donde leo
de atardeceres y congojas.
Lo más admirable de la mosca no es su vuelo geométrico
ni su lenguaje de figuras,
sino esa suerte echada que la distingue
y que la obliga a aceptar el destino
de haber llegado a morir a este sitio sin boñigas,
donde el único horizonte posible es la almohada.
Es evidentemente joven la mosca,
de pequeño tamaño, silenciosa, casi aséptica,
ni siquiera con el deseo de encontrar una borona,
un compañero,
con el que pueda hablar de sus preocupaciones de mosca
-que yo ignoro-,
de viajes al basurero y a los desperdicios,
que ella haría con actitud deportiva en caso de no haberse
extraviado aquí
lejos de sus hermanas.
Sé bien que las moscas no son acariciables
menos con el pensamiento,
de suerte que me acostumbro a pensar en ella
como un hecho súbito que surge y desaparece,
para nada necesitada de mí o de mi creencia,
satisfecha consigo misma en sus esguinces y rincones.
Esta mosca es lo menos mosca que haya conocido,
pero ella debe saberse mosca para ser tan encantadoramente solitaria: toda clasificación parte de mí, a ella la tiene sin cuidado
ser mosca u hombre o elefante,
en su fuero íntimo le importará poco que ella sea hombre y yo mosca,
y no se extrañará de no verme volar
cuando compruebe que llevo mis dos patas a la cabeza
y la sacudo para que produzca palabras y pensamientos,
o cuando suene el teléfono trayéndome tus noticias
o cuando me siento descuidadamente cerca del periódico,
mientras le ayudo a que aparezca muerta y ya. Como yo, como todos.

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LA MÁQUINA DE HABLAR

Pensar se ha convertido en Colombia en un ejercicio peligroso. Cualquier fisura que no se ajuste a un esquema previo establecido por el contradictor puede estrellarse contra consecuencias imprevisibles. Poco a poco el país se ha ido hundiendo en el silencio, donde lo único que se oye es el eco de los disparos. La razón no la tiene quien sepa manejar una dialéctica, sino quien maneje el gatillo con mayor precisión y sangre fría. Así, el lenguaje ha perdido cualquier significación, hasta el punto de que hoy se explaya sobre una máquina de hablar que elimina en su estruendo cualquier sistema de pensamiento.

Cada día se abre más y más el abismo entre la acción y el lenguaje. Mientras la primera se ciñe a patrones específicos que tratan de consolidar el poder tal como se le concibe comúnmente, el segundo, manejado por ese poder, se debilita. A finales del siglo XIX, cuando se afirma la idea de nación, el ejercicio de pensar se enajenó en dos sectores de la sociedad, íntimamente relacionados. En efecto, ante la ausencia de un pensamiento sistemático, el pensar se le encomendó a la religión y a la gramática. En ese entonces, los colombianos creyeron que ser católicos y conocer la estructura de la lengua eran las condiciones sine qua non del pensamiento. Obvio, el catolicismo es, ante todo, un ejercicio jerárquico. Y lo mismo el lenguaje. Podría pensarse en una elipse, en la cual la curvatura superior representara al hecho católico, y la inferior al hecho gramatical.

Partiendo de un punto cero, el presidente, con un manejo precario del lenguaje, reduce a su sitio a la jerarquía que se opone al proceso político de la independencia: “Nuestro Señor Jesucristo –le escribe al arzobispo en 1832–… jamás inculca sobre la legitimidad o ilegitimidad de las potestades civiles. Los Césares eran unos manifiestos usurpadores de los derechos de la soberanía del pueblo romano, y el pueblo romano era un injusto conquistador de la Judea. Jesucristo se somete a la autoridad de sus magistrados; San Pedro no los arguye de incompetencia; San Pablo al mismo tiempo que reprende los vicios del incestuoso Félix, no se substrae de un tribunal, ni le disputa la legitimidad de su jurisdicción. ¿Sería porque no conocieron la tiranía de los Césares, ni el cruel despotismo de los romanos? ¿O porque el reino de Jesús es espiritual, y predicando la obediencia a las potestades, supone su legitimidad en cuanto la subordinación conduce a la salud eterna, sin entrar en cuestiones que no pertenecen a la cátedra del Espíritu Santo?”.

Pero los protagonistas avanzan, cada uno por su lado, envolviendo cada vez más a una sociedad que se sustrae de todo aquello que no tenga que ver con el diario vivir. Para lo demás, el pensamiento, la política…, están los héroes. Las polémicas no vienen al caso. El país es católico y, como tal, cree en el dogma. Uno de ellos comienza a tomar cuerpo: sólo a través del lenguaje será posible constituir una nación. Pero la jerarquía tiene también una presencia dentro de ese juego: la doctrina se transmite a través de la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios se condensa en el Verbo: “En el principio era el Verbo…”. Durante décadas, la gramática es el punto de fricción ineludible en el proceso de construir un pensamiento. Comienza con timidez, a partir de la retórica del Trivium. Conocer el lenguaje es “embellecer la expresión de los conceptos”.

La verdadera guerra civil en la que se empeña Colombia tiene que ver con la necesidad de dejar atrás a los caudillos militares, incapaces de sacrificar un mundo para pulir un verso, y abrirle paso a los presidentes civiles que han cursado leyes, dentro de las cuales han estudiado lógica, gramática y retórica como la unidad básica para concebir y expresar un pensamiento. Se trata de un proceso, claro está, no de un hecho súbito. En forma paulatina, los soldados son sustituidos por los magistrados que manejan otro sistema de pensamiento y que, poco a poco, avanzan hacia un esqueleto ideológico que consideran indispensable para darle una forma a la nación. ¿Por qué? Porque el concepto nación, que hizo el delirio de las revoluciones burguesas, le daba una nueva entidad a una servidumbre que encontraba en ella la frontera espacial de la que carecía para salir de la angustiosa frontera temporal que le había impuesto la doctrina. En ese proceso el país se desbarata, se fractura, se hunde en confrontaciones complejas que conducen hacia un punto muerto donde la elipse parece precipitarse.

Ese es el marasmo que lleva a la regeneración (“regeneración o catástrofe”), que avanza de manera incontenible porque el presidente condensa lo que el país espera encontrar en sus héroes: es poeta y libertario, pero se codea con la jerarquía y triunfa en la guerra. La regeneración no es un movimiento político: es un lenguaje, que pone al poder en contacto con la realidad a través de lo que Williams llamó “las formas fijas de la escritura”, es decir, la gramática. Con la incorporación de la jerarquía y la reunificación del país, la elipse se cierra. Sin embargo, en contra de lo que podría pensarse, no origina otra que se apoye sobre la primera para dar comienzo a un nuevo flujo político. Por el contrario, se devuelve. En pocos años, la guerra de los mil días se mira en el espejo de las guerras de fin de siglo y copia sus crueldades, y del humanista católico y conservador que escribe una gramática latina, traduce a Virgilio e impone sus obsesiones (“el sufragio universal –escribe en desarrollo de un debate sobre la constitución política– debe figurar en la lista de las cosas que no existen… Es una palabra apasionada, que […] ha servido para lisonjear a la plebe”), se desciende al espíritu burlón que pierde una porción del territorio mientras redacta un tratado de ortografía, y luego al desvelado soñador que entabla una guerra a muerte para explicar y explicarse el subjuntivo hipotético, para terminar en el profesor de prosodia en latín, que es el último de los gramáticos y el primero del nuevo período de los magistrados, en el cual la construcción del lenguaje se diluye en el aire, y el catolicismo desaparece bajo la banalización de las formas religiosas.

Dentro de ese proceso el pensamiento va al tuntún sin llegar a consolidarse. Su mayor aproximación a una estructura se da en el momento en que se confunde con la gramática. Pero ese esquema es un castillo de naipes. La elipse vuelve a cerrarse con una velocidad de vértigo. Se regresa a unos pocos regímenes militares (el hecho de que el presidente no luzca uniforme no quiere decir nada), que con la matanza sistemática de mediados del siglo XX, devuelven al país a los peores episodios de la guerra contra España. Y es a partir de allí, siempre en contravía, cuando se entra de lleno en la colonia y la conquista. Ahora mismo estamos en la época de los virreyes, que dicen gobernar en una región que pertenece a otro imperio. Pero el proceso de globalización es el mismo de la época de Felipe II, cuando no se ponía el sol en los dominios del rey. El hecho es que a partir de 1947 regresamos a la edad de hierro donde el territorio es un botín. El poder hace chocar su miedo contra la fuerza de los indígenas, y los desplaza a través de un ejercicio violento de la acción militar, que no da tregua. Pero los indígenas de hoy no son sólo los indígenas. Hoy los indígenas somos todos.

En medio de esta barahúnda, el lenguaje vuelve a ser un esquema paupérrimo sobre el cual se diseña lo que no llegará jamás a ser un pensamiento. Quisiera condensar en una fórmula lo que ocurre en Colombia: hablar es pensar. Es posible que el país haya intentado pensar por última vez durante la regeneración. En ese entonces, el incipiente liberalismo colombiano puso sobre el tapete una serie de ideas que ya habían sido objeto de debate en el resto del mundo, entre ellas las libertades básicas esenciales (de pensamiento, de opinión, de culto, de prensa, de comercio), pero nada de eso pasó de ser un ejercicio intelectual, que enriqueció la letra muerta de una normatividad aprobada y refrendada por todos pero que ni entonces ni nunca llegó a aplicarse siquiera en una mínima parte. De modo que el experimento de pensar languideció hasta desaparecer, porque en el fondo los partidos estaban totalmente de acuerdo sobre la organización de la sociedad, de la economía y de la política. Había, sí, alguna discrepancia en torno a los dogmas católicos, que se solucionaba a la hora de la muerte, cuando todos resultaban hijos de la misma iglesia, creyentes en el mismo Dios y ovejas del mismo pastor. Sin embargo, esas diferencias generaron algunos últimos jirones de pensamiento (Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera se enfrentaron en torno a la posibilidad de ser católico y liberal al mismo tiempo, y Antonio Gómez Restrepo y Guillermo Valencia discutieron, desde el punto de vista de la inviolabilidad de la vida, la aplicación de la pena de muerte), pero, de resto, todo se redujo a una sectorización del país con base en las figuras históricas, alimentada más en una filiación genética que en una vertiente filosófica. De ahí en adelante el pensamiento se redujo al régimen gramatical y al hallazgo de metáforas poéticas, no memorables pero sí memorizables (“eres una mentira con los ojos azules”).

La filosofía en Colombia no logró generar una sola idea autónoma, una sola propuesta original, de manera que los pensadores de los que se enorgullecen los manuales no pasan de ser epígonos de segunda o tercera generación dentro de escuelas agotadas. Fue así como el pensamiento se vio reducido a su mínima expresión: la de los editoriales y artículos de opinión en los periódicos, que comenzaron por debatir el discurso político, pero que con el tiempo, y El Tiempo y la violencia, fueron languideciendo, hasta el punto de que desde hace muchos años ese ejercicio se convirtió en una forma de conversar que no conduce a nada.

Ahora bien, la ineficacia del discurso, no traduce que no diga lo poco que quiere decir. Se habla por hablar, es cierto, pero ello ocurre porque en Colombia se oye sin oír. Para quien dice, no oír el discurso que se prodiga en abundancia implica aceptarlo. Se trata de una petición de principio alrededor de la cual podría hacerse una distinción inicial: en Colombia el discurso es vacío sólo para quien no oye. Pero el significado (que para Saussure es el concepto), está ahí, oculto como una víbora bajo la voluntaria retórica.

Se habla dentro de un esquema monótono, con el único propósito de adormecer. Comencemos, entonces, por ese ejercicio: el que se dirige a quienes no tienen porqué ni para qué oír, en cuanto allí no hay una idea que se debate sino una notificación perentoria. Pienso que ocurre de esa manera (plantear una idea sin necesidad alguna) por la pretensión que se tiene en el país de conservar una apariencia dialéctica. Pues bien. Dentro de ese propósito, la retórica se ha convertido poco a poco en un simple barniz, que comenzó por tapar pieles envejecidas y terminó ocultando cadáveres. Cadáveres de conceptos, claro está. El juego de los conceptos agoniza sin que nadie llegue a percatarse de ello, pero no se convierte en “tierra, humo, polvo, sombra, nada”, como lo expresa hermosamente Góngora, sino que se refugia en el manejo del maquillaje, que es el ejercicio alquímico de la belleza y, por ende, de la retórica. Creo necesario insistir: todo esto es una perversión que se destina a las víctimas del sistema económico. A ellas, piensa quien habla, no tiene por qué importarles lo que se dice. Lo que les debe importar es quien lo dice.

Así pues, para contribuir a que en ese sector nadie oiga lo que se dice, el discurso se adorna con una serie de mojones destinados a señalar que quien habla es alguien que participa de un destino común. Parecería que en ese lenguaje no hubiera conceptos. Pero no, allí están, ocultos bajo la maraña de palabras enfermas. Son los mismos que se han expuesto muchas veces, repetitivos y sinuosos. La nada es sólo una apariencia destinada a los “pensadores de la prensa”, que se expresa en palabras construidas alrededor de un ensamblaje artificial entre un nombre y un adjetivo, el cual se adapta a partir de lo que el auditorio espera que sea la actitud de quien lo interpreta en la representación de que se trate (bondad, fuerza, solidaridad, comprensión, misericordia). En cualquiera de los escenarios posibles los cambios son mínimos: todo propósito termina por ser inquebrantable, toda meta irrenunciable, todo sacrificio patriótico. Pero el maquillaje exigirá que el orador no se refiera a los propósitos inquebrantables, a las metas irrenunciables y a los sacrificios patrióticos, sino a los inquebrantables propósitos, a las irrenunciables metas y a los patrióticos sacrificios, propios de quien quiere seducir con una elegancia artificial en el manejo del lenguaje. Acá no se trata de solucionar nada.

Quien habla quiere tan solo no participar ante los demás en el empobrecimiento de la palabra, y busca conjurar el problema a partir de un trastocar sistemático del orden habitual en la construcción de la gramática. “Soy –dice el orador sin llegar a decirlo– alguien que forma parte del sentido común pero que es capaz de expresarlo de manera distinta”. Y por allí entra de lleno a jugar en la ya larga e inútil relación que se ha mantenido en Colombia entre quien habla y quien poco escucha, de la cual sólo se han salvado en el imaginario colectivo una serie de términos que retumban en los oídos como el eco de un tambor sin sentido. Los adjetivos rimbombantes se dirigen a los sectores más indefensos del país, que se reconocen en ellos y en ellos se reinterpretan. Frente a este grupo, al orador sólo le interesa ser uno más, a quien la vida le ha dado la oportunidad de hablar ante esos “ilustres compatriotas” que son los “honorables senadores”, que deberán oír en ese “histórico recinto” (que es el “altar de la Patria”), lo que los “indefensos colombianos”, representados por ese “abanderado de la paz”, tengan que decir en torno a la “magna empresa” de rechazar la “hora trágica” en que comenzaron la “cobarde extorsión” y las “sombrías amenazas”. Me atrevería a decir que esa sucesión de pequeñas fichas de rompecabezas forma el ritmo indispensable para que un país que no piensa, piense que otros piensan por él. En este caso concreto, el ritmo sería el andamio que le pone una cuadrícula al aire de los lugares comunes. Antes, el lugar común estaba reservado para desempeñarse dentro de lo cotidiano. Había un habla que recogía un sentimiento colectivo y lo manifestaba como expresión individual. Así, se participaba de un todo, que podía identificar, señalar un denominador común. Afuera quedaba lo que pertenecía al héroe. El héroe era sencillamente eso: el que no era común.

En Colombia, del héroe encargado de realizar hazañas imposibles (Bolívar cruza las altas cumbres de los Andes con un ejército desnudo), se pasa al héroe capaz de emprender memorables hazañas culturales (José Jerónimo Triana, Rufino José Cuervo), pero, ya se sabe, ese tipo de heroicidad no puede prosperar en un sitio que construye su historia a partir de sangrientas guerras civiles, de modo que se regresa al prototipo tradicional (Uribe Uribe, García Márquez), y se frustra una historia para la cual la república liberal de la segunda mitad del siglo XIX había intentado poner unas bases diferentes (Triana y Cuervo, pienso, son hijos legítimos de ese proceso). De tal manera el héroe regresa al lugar de donde jamás tendría que haber salido, y vuelve aleccionado sobre la imposibilidad de romper el cáncer del sentido común. En 1923, Unamuno escribió en “La Nación” un artículo sobre Don Quijote, en el que sostuvo un punto de vista que después se ha desarrollado en el marco teórico de una manera poderosa. Habla de H. G. Wells, el gran novelista inglés que ya nadie lee. “Mr. Wells –escribe– nos es profundamente simpático por lo mismo que es antipático a casi todos los idiotas. Y aquí conviene que definamos esto de idiota –en griego: hombre particular, o privado– diciendo que es el que no tiene más que sentido común, el que no discurre más que con lugares comunes y que por tanto odia las paradojas. Mr. Wells forjó paradojas y hace luego juegos malabares, malabariza con ellas, y cuando, al fin, esas paradojas han logrado entrar en el sentido común de los idiotas, éstos las convierten en lugares comunes, las clasifican y etiquetan y las meten en unas cajitas donde las tienen guardadas para enseñárselas a sus hijos…”. Y luego, al hablar de la inmortalidad de los personajes literarios, añade: “…como los idiotas… son… los que no tienen más que sentido común, como carecen de sentido propio y de pasión propia, no pueden concebir, ni menos sentir, esa especie de inmortalidad… Para los idiotas, para los del puro y recto sentido común, no hay más que una inmortalidad común, una comunidad inmortal. Como no tienen más que individualidad corpórea, al deshacérseles el cuerpo se les deshace la individualidad. Y nada pierden”.

Vuelvo a Colombia. En este caso, el idiota habla ante el Congreso de la República, ante el cual demuestra que ha heredado su idiotismo del sentido común de otros idiotas regados a lo largo del tiempo, y que ha sabido meterlo en una cajita para enseñárselo a un país sorprendido ante el hecho de poder pararse en ese podio (por interpuesta persona, poco importa), a ejercer su derecho sustancial de pensar. En ese momento, el idiota es el héroe. ¿Por qué? Porque en un país volcado sobre un culto falaz a la cultura, el héroe es aquel que piensa. Así ocurrió desde el comienzo de los tiempos y así ocurre hoy en día. Pero el discurso al que me refiero no sólo está dicho por un idiota sino por un idiota que al mismo tiempo es un sicario, es más, el jefe de los sicarios, quien a través de los lugares comunes del sentido común señala que él merece el calificativo de héroe. Tal vez por eso nadie dice nada cuando afirma, en primer término, que su lucha no es criminal sino que obedece a “un imperativo ético”. Se trata, claro está, de la ética del delincuente común, y en ese sentido su discurso es consistente. Todos tenemos la obligación de ser éticos.

Hace años Savater relató en Colombia una anécdota de Spinoza (cito de memoria): “Usted dice –le escribió un corresponsal– que no hay nada más útil para un ser humano que otro ser humano. Pero ¿qué pasa si lo que yo quiero es hacerle mal a los demás?”. Y Spinoza le contestó: “Si usted ha reflexionado con seriedad y ha resuelto que lo mejor para usted es violar, robar y asesinar, sería muy tonto si no lo hiciera. Adelante, hágalo. Si cree que el asesinato es su camino y corresponde a una vida dentro de la ética, sígalo sin arrepentimiento. Pero, por mi parte, yo he llegado a conclusiones diferentes y no voy a discutir con quien piense que lo mejor para él es lo que usted piensa”. En su discurso, el sicario parece haber reflexionado con seriedad antes de resolver que su camino era el del crimen, la masacre y el narcotráfico. Por consiguiente sería un idiota si no lo siguiera. Así pues, el sicario es sólidamente idiota. Pero eso no quiere decir que los demás tengamos que oír su argumentación y que para ello el presidente lo autorice a hablarle al país a través de la televisión desde un escenario que se lesiona todavía más con su presencia.

Sin embargo, debo reconocer que tal vez en muchos años no se ha producido en el país un documento de tanta importancia. En él, ciñéndose a la estructura habitual del discurso en Colombia, dejó consignado el pensamiento de nuestra pequeña burguesía, que es el que impide avanzar hacia un objetivo concreto alrededor de la paz. Para retomar mi idea, valdría la pena señalar que él es un héroe rodeado de héroes. Su autobiografía es la de un prototipo difícilmente alcanzable. Con dos o tres trazos nos cuenta que es un hombre excelente que, de niño, en su pueblo natal “del valle del Sinú”, fue objeto de las sanas costumbres patriarcales de educar “con el sueño de servir a la sociedad”. Entre ese niño que fue y el sicario que ahora es no hay solución de continuidad. “Siento el corazón henchido de amor por Colombia, por sus hombres y mujeres, por sus niños y niñas orgullosos de ser colombianos…”. Su enfermedad es la de la abstracción. Los muertos no son individuos sino elementos de un todo abstracto que se llama “el enemigo”. El esquematismo entre el bueno y el malo regresa a una de sus etapas más primitivas, sin pasar, siquiera, por el crisol condescendiente de las películas de vaqueros rodadas en Hollywood. Fueron los malos los que rompieron la continuidad idílica de una vida que estaba hecha para el servicio de la sociedad, y lo “obligaron” a salir en defensa de sí mismo, de su familia y de su “Patria”. Veremos de inmediato en qué consiste esa “elección”. Pero vale la pena anotar que, consciente de su impostura, él mismo plantea el divorcio entre lo que pudo ser y lo que fue, entre el servicio y la matanza. Después tratará de enmendar el yerro, calificando sus crímenes como un “servicio prestado a la nación”, pero lo cierto es que no se equivoca, y que es él el primero que sabe que es lo que es cuando separa de su entorno el cuidadoso disfraz de las palabras.

Un héroe rodeado de héroes. Dentro del mismo ámbito (orador → oyentes que no oyen), hay un calificativo que asombra: el horror no es un horror, es una “causa”. La palabra no admite minúscula: “Me presento ante ustedes… investido por mis compañeros de Causa”; “el juicio de la Historia reconocerá la bondad y grandeza de nuestra Causa”. “La Causa” convierte la empresa criminal en un destino y condensa varios significados. Como se trata de una instancia superior, “la Causa” no tiene porqué enredarse en los pelillos de las consecuencias. En este caso, más que en ningún otro, el fin justificará los medios. Frente al mismo la delincuencia será sólo el instrumento de una idea: combate para que prevalezca “la Causa”. El peor sacrificio que han tenido que hacer los “héroes” encargados de su defensa es el de afrontar la incomprensión. “La Nación y el Pueblo” han sido indiferentes ante el sacrificio de quienes lo dejaron todo por “la Patria”, y que, por esa misma razón, son víctimas y deben ser indemnizados. Algunos de ellos están en las cárceles por causa de los “servicios prestados a la Nación”. Los criminales han escrito una “epopeya de libertad”. Pero algún día se contará la “historia mítica” de esos “colombianos valientes” que lograron, gracias a su lucha y sacrificio, que “la Nación marche hoy por otros rumbos”, que son los de “la Paz, la Democracia, el respeto a la Vida, a la Libertad y a la Dignidad de los seres humanos”.

La catarata de palabras martilla en los oídos de quienes, ya se sabe, sólo los abrirán para dejar entrar lo conocido. Colombia cree en Dios, pero no en un Dios cualquiera: cree en el “Dios de la Esperanza, del Amor y del Perdón”. Cree también en “la libertad que nos legó Simón Bolívar”. Cree en la “bendición de la iglesia católica”. Cree que la revolución viene de lejos (“no podemos permitir que se idealicen revoluciones distantes”), y que, por eso mismo, es apenas adecuada para Mongolia o la China. Pero, ante todo, cree que es una víctima. “El pueblo colombiano es una víctima”, dice el sicario. Y más adelante reitera: “El pueblo colombiano es la gran víctima”. Como víctima, el pueblo colombiano es un todo que se enfrenta a otro todo que es el victimario.

En ese esquema sólo hay dos ámbitos posibles. Los criminales “salen de las entrañas del mismo pueblo agredido”, y surgen “como respuesta a problemas concretos y urgentes de Colombia”. ¿Cuáles? “La defensa de la Patria… [frente al] azote guerrillero”. Ese es, pues, el panorama: de una lado las víctimas, los colombianos, dentro de quienes figuran los criminales a los que el sicario pretende servir de vocero; del otro, los victimarios, que son los enemigos de los criminales, que a su turno son otros criminales mejor conocidos como guerrilleros. En el discurso del sicario no hay salvación. Sin saberlo, participa de una de las dos posibilidades que la crítica ha adoptado frente a Aristóteles: la de la restricción. En sus clases de Lógica en la Universidad Autónoma de México (Google, “Tercero excluido”), Maruxa Armijo resumió “los principios que gobiernan la maquinaria de la deducción lógica… establecidos por Aristóteles hace más de 2.300 años…: identidad, no-contradicción y tercero excluido… El de identidad afirma que toda cosa es igual a sí misma. A es A. De P siempre se infiere P. Según el de no-contradicción ninguna cosa puede ser y no ser [al mismo tiempo]. A no puede ser B y al mismo tiempo no ser B. Dos proposiciones contradictorias (P y -P) no pueden ser las dos verdaderas. Y el del tercero excluido [fue formulado] por la lógica tradicional así: o A es B o A no es B. Ahora lo leemos del siguiente modo: o P es verdadero, o bien lo es su negación (-P). Entre dos proposiciones contradictorias no hay una tercera posibilidad, la tercera está excluida”.

No seguiré a Armijo en su exploración acerca de este último principio y de la lógica matemática, enriquecida por Brouwer con sus deducciones intuicionistas. Pero era necesario abrir esa puerta para que sean estas nociones, ajustadas sustancialmente al pensamiento de hoy (no me atrevo a llamarlo “post moderno”), las que nos permitan alejarnos de la gruesa visión elemental de “víctima” en la que las partes en conflicto quieren involucrar al país. Ese esquema, sustentado por los victimarios, sólo muestra su afán de formar parte del ámbito de las víctimas. Ante esa disyuntiva del sentido común, es urgente plantear un nuevo camino. El 17 de mayo de 1983, en su curso de Vincennes, Guilles Deleuze (Google, “Tercero excluido”, transcripción de François Zourabichvili, traducción de Ernesto Hernández) pregunta si no será posible concebir una raza de pensadores que reconcilien el pensamiento y lo existente dentro del espacio del tercero excluido a condición de reinterpretar el principio. Su propósito es el de “desarrollar una línea de la alternativa”, una línea del “o bien… o bien”, cuyos fundamentos encuentra en Pascal, en Kierkegaard y en Sartre. Se trata de hacer una “filosofía de la elección”. “Pensar es elegir”, dice Deleuze. Y para no caer en la tontería de las afirmaciones vacías, pone un ejemplo sacado de Proust. El narrador encuentra a un grupo de muchachas sobre la playa, y juega: ¿De cuál voy a enamorarme? Es una apuesta, una elección. ¿De Albertine? ¿De Andrea? Pero no elige entre Albertine y Andrea. Elige “entre dos modos de existencia míos”, “entre el modo de existencia que tendría si amara a Albertine… y el modo de existencia que tendría, en mi imaginación, si eligiera a Andrea”. Y termina por elegir el modo de existencia que tendrá al amar a Albertine porque con solo verla se pone celoso. “Él buscaba eso –dice Deleuze–, puesto que… lo que necesitaba era estar celoso… No podía estar celoso sin estar enamorado. Ese era su problema, el problema infame de Proust… Su problema abyecto [era] la subordinación del amor a los celos. [Su] verdadera finalidad [eran] los celos”. Ese es “el desplazamiento del tercero excluido”. La elección se da entre “dos modos de existencia de quien elige”.

No sé si deba subrayar la importancia de este concepto. Lo que propone el sicario en su discurso ante el Congreso es simple: elija usted ser sicario o ser víctima. Y el país aterrado, atemorizado, elige ser sicario porque, en últimas, para los cobardes es mejor matar que ser asesinado. El mismo Deleuze recuerda un artículo de Sartre en Liberation, que comenzaba diciendo “Nunca hemos sido más libres que durante la ocupación…”. No se trata, dice Deleuze, de una paradoja de filósofo en el límite del mal gusto. Se trata de decirle a Francia que, de todas maneras, era ella la que elegía: resistencia o colaboración. “Lo único que definía al colaborador, era que la elección que él hacía, no podía hacerla, finalmente, en tanto que esa elección era cínica e infame […] No podía hacerla más que a condición de decir “pero veamos, ¡no tenemos elección!”. Ya antes había anotado que “si la elección es entre dos modos de existencia de aquel que elige, a mi modo de ver uno no puede impedirse tomar conciencia –una conciencia abominable, horrorosa, pero aterradora, vertiginosa– del hecho de que no hay elección que no se pueda hacer más que a condición de decir y de creer que uno no elige”. Yo no elegí ser colaborador, diría Petain. Pero fue colaborador.

Yo no elijo ser sicario, dirá el hacendado que financia a los grupos paramilitares, el labriego que delata a sus vecinos, el televidente que encuentra una íntima satisfacción en las masacres. Pero es sicario. Quien hace esa elección, repito con Deleuze, “no puede hacerla más que a condición de negar que elige”. En Francia no eligió ser nazi o ser fascista. Eligió ser colaborador. En Colombia no elige ser sicario o asesino. Elige ser colaborador. Ahora bien, el colaborador que elige ser colaborador niega haber elegido. Dirá, tal vez, “yo no elegí”. Pero, como lo explica Deleuze echando mano de la lógica más elemental, la no elección es ya una elección. El que no elige, elige. No ha llegado aún el momento de reconocerlo con vergüenza. “Tuve que colaborar porque no había elección”, tendrá que decirse en el futuro. ¿Y cómo se colaboró? Se colaboró guardando silencio, sustentando –en ese silencio– a un gobierno de sicarios. “Estamos penetrados de extrañas elecciones y de elecciones poco gloriosas, dice Deleuze, […] elecciones que dejamos de hacer y de rehacer cada mañana, diciéndonos ‘es porque no tengo elección’... ¿De qué se trata en la elección? Se trata de elegir entre dos términos, se trata de elegir entre dos modos de existencia”.

Entonces, ¿no hay salida posible? Tal vez sí. Ante la demencia que protagonizan las partes involucradas en el conflicto, Colombia no es una víctima: es un tercero excluido. Edgar Garavito lo sostuvo con precisión. En su conferencia ante el “Coloquio internacional sobre el tema del ‘Tercero Excluido’”, convocado por la Fundación de Serralves en Porto, Portugal, en noviembre de 1998, afirmó: “Yo vengo de un país, Colombia, donde el tercero excluido es quizás, a mi manera de ver, la alternativa posible frente a una situación dramática de destrucción de la población civil. Efectivamente, hay posiciones de derecha y posiciones de izquierda.

Hay poderes económicos que apuntan a la destrucción de la población civil. Hay el tercero incluido, la víctima. Pero hay la posición de fuga, de salida, la posición activa. Esa posición activa corresponde a la posición del tercero excluido. Es decir, la posición de aquel que sin sentirse víctima escapa de los polos en conflicto por medio de mecanismos secretos. Al respecto de esta situación política, pudiéramos señalar que no se trata de un guerrero de derecha o de izquierda, de un guerrero minoritario que surge dentro de cada uno de los colombianos que resisten a la situación de guerra y hacen devenir su existencia como un modo de existencia minoritario, secreto, sobre todo capaz de defender la vida en una situación conflictiva como la que enfrentan.

Se trata entonces de crear estilos que no se identifican ni con la derecha ni con la izquierda ni con la víctima. Ellos responderían a las posiciones de tercero excluido que en una conferencia directamente encaminada al campo político, o en un debate posterior, pudiéramos señalar más ampliamente”. Por desgracia, no alcanzó a participar en esa conferencia ni en ese debate. Tres meses después, el más innovador de los filósofos colombianos del siglo XX murió devorado por un cáncer implacable. Pero fue él quien señaló un camino para romper con ese esquematismo perverso que nos devora sin remedio. Se trata de defender la vida mediante una filosofía de la elección, en la cual el no involucrado pueda ejercer su resistencia como una opción real que signifique una escapatoria frente a un espacio que ha estado tradicionalmente sujeto al abuso de un poder criminal. La “posición activa del tercero excluido” tendría como resultado el aislar los focos de violencia mediante una recuperación del lenguaje y de la forma, una nueva valoración del error y del otro, una lectura diferente del miedo, y una mejor comprensión de elementos corporales tales como la enfermedad y el sexo. Contra el manejo voraz y primitivo de los principios de identidad y de no contradicción, que involucran a quien elige en su no elección, será necesario oponer aquel que ha sido “despreciado desde siempre”, el del tercero excluido, que es una brecha transversal en el consistente universo de una lógica manipulada por el poder de acuerdo con su propia conveniencia.

Nada de esto opera, claro está, en el universo del pensamiento en Colombia, donde prima la identidad no como principio sino como obsesión. En nombre del sentido común, el sicario que se dirige al país considera que lo académico es un despropósito, que los académicos están en las nubes, que el ideal es una utopía, y que “lo necesario” (que es lo posible), debe situarse en el campo de la política y no en el de la especulación. Mediante ese ataque frontal contra el peligroso virus de la inteligencia, el sicario sale del campo del delito y pasa al de la política, donde se muestra dispuesto a “hacer posible todo aquello que resulte necesario para salvar a la Nación”. Tal vez las masacres. O el narcotráfico. O los asesinatos selectivos y las desapariciones y secuestros. Porque todas esas son acciones necesarias para salvar el tipo de nación que él tiene en la cabeza. En esa nación el enemigo es la guerrilla, pero sus actividades, que son idénticas, no son lícitas porque ella no quiere “salvar a la Nación, [sino] mantener su negocio ilícito y justificar su existencia”.

El asunto queda claro. Hay crímenes buenos y crímenes malos. Los buenos son los que cometen los paramilitares. Los malos los que cometen los guerrilleros. Los primeros sustentan al estado que los guerrilleros pretenden sustituir. Y son necesarios dentro de un ideal donde el delito es una fuerza deseada por todos, que se ve “obligada” a resistir “para recuperar el orden” y “defender las vidas y propiedades amenazadas por la subversión”. Ese estado, que él califica como “débil”, debe indemnizar a los criminales por “los sacrificios prestados a la nación”. Después, cuando los cobije la misma amnistía que llevó a los guerrilleros a ocupar altas dignidades, los sicarios impondrán sin cortapisas su estilo de gobierno.

Desde siempre, el país se ha acostumbrado a esa forma de pensar, hasta el punto de que hoy hace parte de una mecánica. Hay personas que tienen otra manera de pensar, pero esas no están dentro del sentido común y, por consiguiente deben ser eliminadas como un peligro potencial. Entre aquellas que se sujetan a las dos partes del principio de identidad (en el cual A es igual a A, pero A no es necesariamente A), pueden dividirse el mundo con tranquilidad. La violencia, que es el objeto de deseo de quienes participan en el conflicto de Colombia, podrá subsistir sin peligro. No hay necesidad entonces de invocar al enemigo, porque él existe per se como una parte esencial de quien habla, de quien actúa. No es siquiera la otra cara de la moneda, sobre la cual el sentido común podría basar su argumento demoledor, sino la misma cara que se satisface en sí misma. Antes de la evolución del concepto, el tercero excluido fue “recusado” desde un punto de vista matemático por Jan Brouwer (v. Armijo), quien sostuvo que la negación de la negación no es la afirmación, y explicó que para llegar a esta última debe entrarse a la negación de la negación de la negación (“absurdidad de absurdidad de absurdidad –dice– equivale a absurdidad”). Quisiera entonces, como un simple ejercicio retórico, plantear una inquietud. Parto de un ejemplo elemental: “no quiero no ir” diría para el lógico corriente “quiero ir”. Pero para Brouwer sería necesario añadir una tercera negación: “no quiero no querer no ir”, si se quiere afirmar lo que en realidad se quiere afirmar: que quiere querer ir. Lo mismo acá. Cualquiera de las afirmaciones del sicario podría deconstruirse de igual manera. Escojo una al azar: “Pese al abismo que separa a las guerrillas de las Autodefensas, estamos dispuestos al diálogo civilizado entre colombianos y ponerle fin a la violencia política”. ¿Qué dice? Dice: “El abismo que separa a guerrilleros y a paramilitares no impedirá los diálogos de paz”. ¿Qué dice, otra vez? Dice: “No pienso no hablar”. Pero en esa afirmación no dice que piense hablar. Lo que dice textualmente es que “no piensa no hablar”. Para decir lo que el país cree oír, sería necesario que dijera “no pienso no pensar en no hablar”. Sin embargo eso, en la elaboración mental de un individuo que maneja las ideas como sus secuaces manejan la motosierra con la que destrozan los cadáveres de la población indefensa, constituye un imposible. En su discurso, el sicario da un rodeo obvio en torno a la urgencia de decir verdad, por la sencilla razón de que el decir verdad no forma parte de los esquemas de quien piensa que pensar es hablar.

fuente:http://razonpublica.com/index.php/recomendado/2501-in-memoriam-fernando-garavito.html

“Sesgo universitario, subvaloracion de la educación ‘no universitaria’ y desigualdad social en educación superior”

El debate se ha concentrado en la financiación de las universidades públicas, que sólo representan la punta del iceberg de la segregación social. ¿Qué pasa con la financiación pública de la educación técnica y tecnológica? ¿Qué opciones reales ofrece la sociedad a los jóvenes de escasos recursos para acceder a una formación pertinente y de calidad?

El problema sociológico:

¿Cómo lograr una mayor igualdad social de oportunidades en la educación superior? ¿Y cómo lograrlo en sociedades con alta desigualdad inicial en ‘posiciones’ sociales? (Dubet, 2011). Interrogante de máxima importancia en la construcción de la democracia, especialmente en sociedades con alta desigualdad, como la colombiana (37% de la población es pobre o extremadamente pobre, DNP, 2011). Esta desigualdad se expresa, en la Educación, tanto en la ausencia o escasez de oportunidades para determinados grupos sociales de ingreso, raza, etnia.., como en la calidad desigual de la educación recibida, y sus efectos en la distribución del ingreso, el estatus y el poder en la sociedad.

Estos dos factores de desigualdad están presentes en la educación superior y se aúnan a otro factor que es la escasa diversificación de oportunidades (diversos tipos de instituciones, programas y modalidades de aprendizaje) en relación a la gran diversidad de intereses, expectativas, aptitudes y proyectos de vida, que caracteriza a un cuerpo estudiantil de creciente heterogeneidad socioeconómica y cultural. Y que será cada vez más diverso y heterogéneo al aumentar las tasas de cobertura en este nivel. Los nuevos aspirantes a educación superior provienen de familias de bajos ingresos y limitado capital cultural. La tasa neta de cobertura en el quintil 1 de ingresos fue de 6% en el período 2002 2007, y de 49.4% en el quintil 5 (Orozco, L. E., 2011). Estas grandes diferencias en tasas de cobertura según quintiles de ingreso señalan no solo las grandes desigualdades sociales de acceso a la educación superior sino la mayor participación de estudiantes de bajos ingresos en la expansión de la cobertura.

En este texto se analiza el problema generado por la mayor -y creciente demanda de educación superior (o postsecundaria), presentada por un población con alta diversidad y heterogeneidad socioeconómica y cultural, y la estructura de la oferta de educación superior (tipo, jerarquía y estatus de instituciones y programas). Estructura que en el caso colombiano tiene un fuerte sesgo de 'universidad académica tradicional' y que ha subvalorado y desfinanciado a otras instituciones estatales 'no universitarias', de educación técnica, tecnológica y formación profesional, que tienen la importante función social y económica de diversificar las oportunidades de educación superior, aumentar la cobertura, desconcentrar la oferta actualmente concentrada en unas pocas áreas urbanas y calificar a la juventud para el trabajo productivo.

Es importante reconocer que en todas las sociedades un alto porcentaje de jóvenes ni pueden ni quieren continuar estudios universitarios académicos largos. Requieren y demandan formación laboral moderna, corta, y de alta calidad (OECD, 1973, 1991, 1998, Grub, 2003). Y de este tipo de oportunidades depende su inserción laboral e inclusión social.

Muchos de estos jóvenes no estudiarían ni se formarían sin este tipo de ofertas ‘no universitarias’. De aquí la importancia social de la diversificación de oportunidades de formación. No se trata de igualdad social de ‘logros’ o ‘resultados’; producto hipotético de una imposible utopía meritocrática (Puyol, 2010); sino de facilitar y promover el acceso a la educación superior a poblaciones que no participarían en las ofertas universitarias tradicionales.

Por tanto a mayor diversificación de oportunidades mayor participación de estos sectores sociales, con efectos positivos en empleos, ingresos, movilidad e inclusión social. Se analiza la escasa diversificación de las oportunidades de educación superior, y la mínima financiación que reciben las pocas instituciones ‘no universitarias’, y su efecto negativo sobre las oportunidades de acceso y logro para los jóvenes de bajo nivel socioeconómico. Se propone, además, una tipología de instituciones que, en el contexto colombiano, fomentaría una mayor diversificación de oportunidades en el nivel superior.

Esta propuesta reviste especial importancia en el actual contexto de reforma a este nivel educativo, en la que se propone la ‘desaparición’ de las actuales instituciones técnicas y tecnológicas, mediante la nueva denominación o rótulo de ‘instituciones de educación superior’. Puede entonces generarse el posible efecto de desaparición y aun mayor empobrecimiento de los programas técnicos y tecnológicos, debido a la pérdida de identidad institucional en este tipo de educación, la que entonces sería ofrecida no como saberes especializados y sustentados por la institución, sino como parte de un menú más amplio y diverso de otros programas de diversa índole, lo que impide la concentración y sinergias de recursos humanos, experiencias y dotación técnico-pedagógica, factores claves en la calidad de la educación ofrecida.

Cabe relevar que esta propuesta va en contravía de la experiencia internacional en la que se reconoce la importancia social y económica de este tipo de educación y se fortalecen las instituciones especializadas (community colleges, technical colleges, universidades e institutos de tecnología..), lo que implica diversificación y especialización en la tipología de instituciones.

En efecto, en todas las sociedades se presenta la necesidad de expandir y aun ‘universalizar’ la cobertura en educación superior, en respuesta a la alta demanda social por este nivel educativo y a las exigencias de modernización y competitividad de la economía. Y esta expansión no puede realizarse multiplicando el modelo institucional de la universidad académica, por razones de costos, por la necesidad de desconcentrar la oferta típicamente concentrada en unas pocas áreas urbanas, porque muchos jóvenes no quieren ese tipo de educación académica y por las exigencias de formación técnica de la economía moderna.

Por estas razones ha surgido un importante y creciente conjunto de instituciones ‘no universitarias’, que en muchas sociedades desarrolladas concentran entre el 40% y el 70% del total de la matrícula en educación superior (Grubb, 2003). Estas instituciones han sido consideradas como ‘alternativas’ a la universidad tradicional y desempeñan un importante papel en la expansión de la cobertura y en la oferta de nuevos programas funcionales a las necesidades de la economía (OECD, 1973).

Otras características de estas nuevas instituciones se refieren a su menor costo relativo, a su mayor vinculación con necesidades locales y regionales, a la mayor flexibilidad y funcionalidad de su oferta de formación, y a la mayor igualdad social de oportunidades que ofrece pues muchos jóvenes de bajos ingresos y pobre capital cultural no estudiarían ni se formarían sino en este tipo de instituciones y programas (educational upgrading function).

“The decision to expand or create alternative institutions partly reflects a reaction against universities which have been seen in many countries as too rigid, as too academic in the pejorative sense of being distant from the world, too uninterested in economic development and occupational preparation, too elitist and inegalitarian, too unconcerned with the quality of teaching, too geographically remote from much of the population and often too expensive” (Grubb, op, cit. p.2).

Sería un grave error en la educación superior colombiana abandonar la tipología de instituciones y homogeneizarlas como ‘instituciones de educación superior’, sin funciones y objetivos e identidades claramente diferenciados. Sería un error con dos importantes efectos negativos y que están en abierta contradicción con las políticas de fomento a la educación técnica y tecnológica (diversificación de la oferta): generaría mayor homogeneización de la oferta de programas y de tipo de instituciones, en lugar del fortalecimiento de instituciones especializadas y con fuerte identidad y sinergias; y desestimularía aun más la oferta de programas técnicos y tecnológicos de calidad. Y el error social: reducir y limitar las opciones de diversas instituciones y programas, disponibles para un cuerpo estudiantil muy diverso y heterogéneo, y en el que los jóvenes de menores ingresos requieren diversidad de opciones y oportunidades. A menor diversidad de opciones, mayor desigualdad social de acceso a la educación superior.


¿Qué oportunidades de educación postsecundaria hay para jóvenes de estratos bajos?

Cada semestre aumenta el número de egresados del nivel medio; la mayoría de los cuales provienen de estratos bajos; con necesidades de formación postsecundaria, algunos en las universidades tradicionales, la mayoría en ofertas postsecundarias de educación técnica moderna que los capacite para su inserción positiva en el mundo del trabajo. En el 2010, 600.000 jóvenes egresaron del nivel medio. La mayoría no puede comprar educación privada, pocos desean endeudarse para comprarla, y muchos no pueden ni desean una formación académica larga sino una formación técnica de calidad que los empodere para el trabajo. A estos 600.000 jóvenes hay que añadir los cerca de 2.3 millones que no han recibido formación laboral en los años anteriores, según datos del MEN.

Esto significa que la mayoría de egresados del nivel medio que no pueden comprar educación superior privada, ni competir por los pocos cupos en las universidades públicas, ni ingresar a los programas titulados del SENA, acceden al mercado de trabajo sin calificación ni competencias laborales, generalmente al sector informal, al rebusque y a trabajos terminales de baja productividad y remuneración. Caldo de cultivo de delincuencia, narcotráfico, prostitución y otras formas socialmente negativas de buscar la subsistencia.

La siguiente configura la situación típica para la mayoría de egresados del nivel medio, provenientes de familias de menores ingresos:

a) Han recibido educación pública generalmente de mala calidad (modalidad general académica) de escaso o nulo valor ocupacional y que tampoco otorga ventaja comparativa en la competencia altamente selectiva por los escasos cupos ofrecidos por las universidades públicas, en las que se concentra el 90% de la demanda.

En la Universidad Nacional la tasa de absorción (admitidos/aspirantes) en todas las sedes ha sido de 11.8% en los ultimos dos años. Pero disminuye a solo 7.4% en la sede Bogotá y es aun más baja en carreras de alta demanda como Medicina (3.5%) y Ciencias Económicas (4.6%). UN. Estadísticas e Indicadores, 2009.

A estos estudiantes pobres se les ofrecen, desde el nivel medio, programas de ‘articulación’ con el SENA y con instituciones técnicas, mayormente privadas, a las cuales solo pueden acceder –y pagar- una pequeña minoría de los egresados, lo que señala de nuevo las limitaciones en cobertura por parte del sector privado y la necesidad urgente de un sistema público postsecundario de formación técnica. (Gómez, V. M. & Celis, J., & Diaz, C., 2007; Gómez, V. M., 2011)

Por otra parte, esta política de 'articulación' de la media, desde grados 9, 10 y 11, solo se aplica para estudiantes pobres de colegios públicos, lo que constituye una clara discriminación social y desde temprana edad.

Es una política con un claro sesgo social. Se dirige a estudiantes definidos como ‘población vulnerable’. Para esta ‘población’ no se proponen programas de fomento de la calidad de la educación media ni de permanencia en ese nivel, sino de articulación bilateral con programas e instituciones de menor nivel académico y de una supuesta ‘formación para el trabajo’. Esta 'población vulnerable' no puede aspirar a una educación media de calidad sino a una calificación laboral de bajo nivel.

Este es un esquema de una clara y evidente segregación y discriminación social, que corresponde a lo que aquí y en otros países se ha llamado el ‘apartheid educativo’: los ricos se educan con los ricos y con la mejor calidad de la educación y en sus colegios privados que son verdaderos ‘clubes’ sociales; la clase media se esfuerza en emularlos; y los pobres se educan con los pobres y con una educación para pobres[1].

Por supuesto que este proyecto no se aplica a los colegios de clase media ni a los colegios públicos que aspiran a y luchan por una educación de calidad. Solo se aplica a la ‘población vulnerable’ pues ésta solo merece una capacitación laboral en instituciones y programas de bajo nivel académico. Ningún colegio que aspire a una educación media de calidad puede estar interesado en articulación con el SENA, ni con las instituciones no formales ni con IES técnicas y tecnológicas de baja calidad. Por tanto la propuesta de ‘articulación’ es solo para los estudiantes pobres. Y en el contexto de la alta desigualdad social existente en este país.

...la educación en Colombia sirve más para reproducir las clases sociales (para que los pobres sigan siendo pobres y los ricos, ricos) que para permitir la movilidad y el ascenso social de los estudiantes. Eso se debe a que en este país cada clase social no sólo estudia por su lado (desde la guardería hasta el doctorado) sino que la calidad de la educación que reciben depende de su nivel económico. Eso conduce pura y simplemente a un sistema de apartheid educativo: los más ricos (que, para agravar la discriminación, también suelen ser los más blancos) reciben una mejor educación que los pobres. Semejante anomalía viola la regla de oro de la democracia liberal (ni siquiera digo de la democracia social) que es la igualdad de oportunidades. (Garcia Villegas, M. 2011)

b) Alta demanda y escasas oportunidades, o alto déficit de oferta y demanda.

Es un déficit enorme y en continuo crecimiento entre la oferta de cupos en las universidades e instituciones públicas y la demanda generada por el número creciente de bachilleres y los de años anteriores que vuelven a demandar cupos. En 2008 solo había 184.568 matriculados en el primer año para 934.199 inscritos. En ese mismo año el total de matrículas en instituciones públicas y privadas fue de 423.709, lo que arroja un déficit de 510.485 en relación al número de inscritos en ese año (SNIES).

Este déficit es cada vez mayor debido al aumento de la demanda; por el mayor número de egresados del nivel medio; el congelamiento desde hace 19 años (1992) del presupuesto de las instituciones públicas de educación superior, y por la alta concentración de la financiación en unas pocas instituciones (10) de las 61 instituciones estatales de educación superior. Además, el porcentaje del PIB destinado a estas instituciones ha disminuido de 0.52% en 2000 a 0.32% en 2007 (Contraloría General de la República, 2008).

Por otra parte, la oferta de oportunidades de educación superior está altamente concentrada en unas pocas carreras largas y en escaso número de áreas del conocimiento. Ochenta por ciento (80%) de la matrícula se concentra en unas pocas áreas (Administración, Contaduría, Economía, Derecho, Ingenierias y formación de docentes), y solo 2.5% en Matemáticas y Ciencias Naturales, y 1.5% en Agronomía, Veterinaria y afines. SNIESMEN, 2009.

c) Escasa diversificación de programas e instituciones de nivel superior y fuerte sesgo universitario. No hay sistema público postsecundario de educación técnica.

La mayoría de las instituciones son privadas (209 del total de 289 instituciones o 72.3%), de las cuales solo 93 (32.1%) de carácter técnico o tecnológico, relacionadas con la formación laboral postsecundaria, no con la continuación de estudios largos de índole universitaria.

En la oferta pública solo hay 9 instituciones técnicas y 12 tecnológicas en todo el país, con un total de 91.117 estudiantes matriculados (2011). Lo que significa que menos del 5% de la matrícula postsecundaria estudia en instituciones públicas de índole técnica y tecnológica, las que reciben una mínima parte de los aportes de la Nación a la educación superior, como será analizado más adelante.

Esta estructura tradicional de la oferta, o sesgo a favor de carreras universitarias largas, limita y reduce las oportunidades a estudiantes que no pueden ser financiados por sus familias durante 4, 5 o 6 años. En Bogotá, por ejemplo, el 95% de los cupos ofrecidos en universidades públicas corresponden a carreras largas, de 4 o 5 años de duración nominal, y 5 o 6 de duración real, que requieren dedicación de tiempo completo, lo que dificulta enormemente la articulación de estudio y trabajo, por lo cual se excluye de la educación superior a muchos jóvenes de menores ingresos que requieren trabajar como medio de autofinanciación de sus estudios. En 2009 egresaron del nivel medio 88.000 jóvenes. Otros 120.000, aproximadamente, de otras partes del país acuden a esta ciudad en busca de oportunidades de educación superior. Lo que implica una demanda de aproximadamente 200.000 aspirantes en una ciudad donde sólo se ofrecen alrededor de 15000 cupos en todas las universidades e instituciones públicas. Pero solo 1.000 o 1.100 de estos cupos se ofrecen en carreras cortas propedéuticas, lo que genera una alta demanda (6:1) por estos pocos cupos. Todos los otros cupos corresponden a carreras largas, tradicionales, las que excluyen a estudiantes pobres que no pueden esperar mínimo 4 o 5 años para generar ingresos.

d) A esta situación hay que añadir la alta concentración geográfica de oferta de programas e instituciones en 3 áreas territoriales: 58% de los programas técnicos profesionales y tecnológicos y el 48,1% de los profesionales universitarios son ofrecidos en las tres entidades territoriales que concentran el 38% de la población entre los 18 y 24 años.

Con el objetivo de desconcentrar geográficamente la oferta de instituciones y programas, en 2003 se inició el programa CERES (Centros Regionales de Educación Superior) en municipios rurales y en algunas áreas urbanas marginadas. Estos CERES funcionan en locales alquilados o cedidos por municipios, con mínima infraestructura y dotación bibliográfica, y ofrecen programas de formación técnica y tecnológica, y algunos profesionales, en temas considerados pertinentes para el desarrollo local y regional (temas agropecuarios, administrativos, contaduría, sistemas, formación de docentes de primaria..). Son financiados por el Ministerio de Educación Nacional, el que contrata a instituciones de educación superior como ‘operadoras’ del CERES. La calidad y pertinencia de los CERES depende, en gran medida del ‘operador’ (calidad y trayectoria académica, compromiso, docentes, etc.), lo que genera una gran heterogeneidad –y desigualdad- en el funcionamiento y logros de los CERES. No se ha realizado ninguna evaluación de este programa. Actualmente (2011) hay 155 CERES en funcionamiento, con una matrícula de 34.799 estudiantes (aprox 2% del total de estudiantes en el nivel superior). www.mineducacion.gov.co

e) Aquellos pocos que puedan y quieran endeudarse para comprar educación superior privada (crédito ACCES) [2] se concentran en instituciones privadas de baja calidad y estatus académico, y generalmente en programas percibidos como de alta rentabilidad, por tanto sobresaturados en el mercado [3]. Estos estudiantes de crédito ACCES tienen una alta tasa de deserción lo que implica el doble perjuicio de haberse endeudado por ser pobre y tener que pagar una deuda sin finalizar los estudios. Una vez finalice los estudios la primera cohorte de estudiantes ACCES podrá analizarse su empleabilidad y su capacidad de pago del crédito educativo, y el efecto real de la estrategia de crédito educativo, o subsidio a la demanda, en la igualdad social de oportunidades educativas. (Gómez, V. M. & Celis, J. E., 2009(b)).

Esta situación de alta inequidad social para egresados de bajos ingresos tiende a agravarse en los próximos años debido al continuo aumento en sus tasas de cobertura y graduación en el nivel medio y la escasez y diversidad de ofertas públicas de formación postsecundaria 'no universitaria'. Esta necesidad ha sido olvidada en la reforma propuesta a la Ley 30. No se encuentra ningún referente ni fuente de financiación para la educación pública postsecundaria de carácter técnico, para la gran mayoría de jóvenes egresados del nivel medio. Por el contrario, la opción es la privatización del financiamiento a cargo de las familias y para ello se refuerza la estrategia de crédito educativo subsidiado (Artículos 115 a 122).

En lugar de aumentar cupos, fortalecer las instituciones existentes y crear nuevas donde sea necesario (subsidio a la oferta), se opta por el crédito educativo (subsidio a la demanda). Lo que conforma una política de mayor privatización por el doble efecto de la escasez (déficit) de ofertas públicas / la alta demanda, y por el recurso al endeudamiento de las familias.

Los artículos sobre financiación de la educación superior pública (101 a 107) se refieren básicamente a las universidades y a las pocas (9) instituciones públicas técnicas existentes. Los grandes olvidados en la reforma propuesta son los cientos de miles de jóvenes de bajos ingresos para quienes no existen oportunidades públicas postsecundarias de formación para el trabajo (Gómez, V. M, 2011).

No hay sistema público de educación técnica postsecundaria

En Colombia no existe un sistema conceptualizado y organizado de ‘formación laboral’ o para el trabajo; también denominada como 'formación profesional', formación técnica laboral, educación media técnica, educación técnica profesional y educación tecnológica. Este sistema no existe ni en el nivel medio (grados 10 y 11) ni en el nivel superior o post-secundario. No hay conceptos claros sobre los respectivos objetivos, contenidos y perfiles ocupacionales de las anteriores denominaciones.

Abundan los problemas de conceptos y definiciones: ¿Qué es un técnico laboral? ¿Qué es la educación media técnica? ¿En qué se diferencia de la formación técnica profesional, más allá de que ésta se da en el nivel postsecundario? ¿En qué se diferencia el técnico laboral del técnico profesional? ¿Cuáles son las diferencias sustantivas entre las llamadas educación 'técnica y tecnológica'? ¿Es la educación tecnológica un poco más del mismo programa técnico? ¿Más créditos o más semestres de lo mismo? ¿Es el tecnólogo un poco más que el técnico pero un poco menos que el ingeniero?

Técnico < Tecnólogo < Ingeniero o Profesional

¿Qué diferencias curriculares en la formación del técnico y del tecnólogo? ¿Qué diferencias ocupacionales? ¿Existe realmente el nivel detecnólogo, claramente diferenciado del ‘técnico’ en la estructura ocupacional? ¿O estos dos niveles son artificiales, creados por la oferta educativa?

Es inconcebible que una necesidad social tan importante, la formación postsecundaria técnica, haya sido ignorada en la política de educación superior y no forme parte explícita de la reforma propuesta al sector. En Colombia no ha sido organizado un ‘sistema público postsecundario de formación técnica’ u otras modalidades de formación para el trabajo, de carácter público. (Gómez, V. M. 2003).

Lo que existe es un conjunto muy heterogéneo de instituciones estatales (61: 32 universidades y 29 instituciones universitarias, técnicas, tecnológicas, conservatorios, colegios mayores), y 183 instituciones privadas similares. En total, el sector 'no-universitario' cuenta con 212 instituciones, solo 29 públicas (13.67%) de índole municipal y departamental, con mínima financiación de la Nación como se presenta en el Cuadro 2.

Cuadro 1.

Instituciones de Educación Superior. 2011

recomendado-01
Fuente: REDTT. MÁS RECURSOS CON EQUIDAD PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR ESTATAL EN COLOMBIA'. Prasca, C. J., ITSA. 2011.

En lugar de un 'sistema' de instituciones, con identidad y objetivos propios claramente definidos y delimitados, que aseguren la calidad de diversos tipos y modalidades de educación postsecundaria, lo que hay es un conjunto altamente heterogéneo y desigual de diversos tipos de instituciones, carentes de objetivos y estándares comunes de formación. Lo que relieva el fracaso y limitaciones del actual 'sistema de aseguramiento de la calidad de la educación superior' en Colombia. (Gómez, V. M. & Celis, J. E., 2009(a)).

Cuadro 2

Distribución de la financiación entre las instituciones estatales de educación superior

recomendado-02
Fuente: Idem

Se evidencia en el Cuadro 2 la alta concentración de financiación en unas pocas universidades tradicionales y la escasa o nula financiación de otras instituciones estatales, ya sea de orden municipal o departamental, a pesar 12 de aportar más del 16% de la matrícula de nivel superior.

Cuadro 3

Concentración de financiación según instituciones y matrícula

recomendado-03
Fuente: Idem

Esta alta concentración de financiación en unas pocas universidades, desconociendo las necesidades de financiación de las otras instituciones estatales ‘no universitarias’ (técnicas, tecnológicas...), de gran importancia en el aumento de la cobertura, en la desconcentración geográfica de las oportunidades, en la diversificación de programas y en la formación técnica de un alto porcentaje de jóvenes que o no pueden o no quieren estudios universitarios tradicionales de larga duración.

A pesar de la gran importancia social y económica de la educación técnica postsecundaria, en la actual propuesta de reforma a la educación superior ‘desaparecen’ las instituciones técnicas y tecnológicas, pues todas aspiran a convertirse en 'instituciones de educación superior', de mayor estatus social y académico que las técnicas y tecnológicas tradicionales. Lo que va en contravía de la experiencia internacional en la que se fortalecen y expanden las instituciones altamente especializadas en el saber técnico (como los community colleges, technical colleges, regional colleges, politécnicos...) y en el conocimiento tecnológico moderno, como los 'Indian Institutes of Technology'. Como posible consecuencia de este abandono de la identidad institucional en la educación técnica y tecnológica en Colombia, no habrá instituciones especializadas y pronto desaparecerán estos programas a favor de programas más rentables, de mayor estatus social y académico y de mayor demanda.

Como ya ha sido mencionado este sistema postsecundario de formación técnica es común en la mayoría de las naciones y asume diversas denominaciones: community colleges, politécnicos, technical colleges, regional colleges, hogescholen, institutos de educación técnica postsecundaria, etc. En algunos países la matrícula en estas instituciones es de 40% o 70% del total en la educación superior. Cumplen una importante función social y económica; ofrecer oportunidades de formación distintas y alternativas a la formación universitaria académica tradicional, la formación técnica de la mayoría de los jóvenes y la mayor productividad y modernización del sector productivo. (Kogan, 1997; Harnish & Lynch, 2004; Cohen & Brawer, 2008)

La tipología de instituciones de educación superior que Colombia requiere:

Lo que Colombia requiere de su Educación Superior

Tipología de instituciones

recomendado-04

En todas las sociedades es común el proceso de 'diversificación' de instituciones de educación postsecundaria o superior. La 'diversificación' es necesaria por las razones sociales y económicas ya señaladas. (Landinelli, 2008; Kogan, 1997; OECD, 1973, 1991, 1998, Grubb, 2003);

- Universidades tradicionales - Universidades Tecnológicas o Institutos de Tecnología [4].

Ejemplos:
MIT; CalTech; Georgia Institute of Technology;
Nanyang Technological University
Technical University of Berlin
Université de Science et Technologie
Universidade Tecnológica Federal do.. Toyohashi
University of Technology Jawaharlal Nehru
Technological University Indian Institutes of Technology
Huazhong University of Science & Technology
Delft University of Technology
Moscow State Technical University "Stankin"
Universidades Politécnicas (UP de Cataluña, de Valencia,
Instituto Politécnico Nacional (México)
Rensselaer Polytechnic Institute

NON-UNIVERSITY EDUCATION:
Alternativas a la universidad clásica
Community Colleges; Technical Colleges; Regional Colleges; Politécnicos; Institutos Técnicos, Colleges of Advanced Technological Education (ATE); Institutes Universitaires de Technology (IUTs); Institutes of Technology; Fachhochschulen o ‘University of Aplied Sciences’; Collège d'enseignement général et professionnel (CEGEPs Quebec); Industrial Training Institutes (India); Junior colleges; Technical and Further education colleges (TAFE – Australia); Further Education (FE); Scuola Universitaria Profesionale;

Dos razones básicas sustentan la necesidad de la diversificación de instituciones de nivel superior:

a) la coexistencia de objetivos diferentes: de formación académica, de investigación, de educación general, de formación profesional aplicada, de formación técnica, lo que exige instituciones diferentes y especializadas. (Grubb, op. cit)

b) Las necesidades diferenciales en la población: intereses y expectativas diferentes (laborales, culturales, artísticas, intelectuales, técnicas...) y diferente dotación de capital cultural. Y estas necesidades diferenciales presentan demandas muy diversas en el contexto de masificación del acceso a la educación postsecundaria (de todo para todos...). A menor diversidad de opciones mayor desigualdad social de acceso a y logro en la educación superior.

En todas las sociedades es esencial la función de las universidades en la producción científica y artística, en la formación humanística (Nussbaum, M., 2010), en el desarrollo de la cultura, en la preservación del libre examen, en su función crítica y propositiva. E igualmente importante es la formación técnica de la juventud, medio de inclusión positiva y creativa en la economía moderna. Ambas funciones son complementarias en la sociedad, y deben estar claramente definidas, diferenciadas y financiadas. Este es el papel que desempeña la tipología de instituciones, como la aquí presentada.

Sin embargo, esta diferenciación institucional no está exenta de problemas y contradicciones. Una principal se refiere a su identidad y estatus. En algunos países las instituciones ‘no universitarias’ quieren emular a las universidades y transformarse en ellas, en busca de mayor estatus, reconocimiento y financiación. Y en este proceso sus programas asumen un carácter más académico que de formación ocupacional. En otras, la formación ‘no universitaria’ es terminal, especializada en áreas y ocupaciones técnicas o de servicios, separada de la formación universitaria, y no permite la transferencia a instituciones y programas académicos, lo que genera importantes problemas de equidad social. Otros problemas se refieren a la fuente de financiación; ya sea nacional o regional o local, y sus aportes respectivos; lo que genera diferentes criterios, mecanismos y agentes de responsabilización y rendición de cuentas (accountability).

A pesar de estos problemas el sector ‘no universitario’ ha sido de alto y rápido crecimiento en las sociedades desarrolladas, concentra un alto porcentaje de la matrícula y la desconcentra geográficamente, cumple un importante papel de contribución económica de la formación y ha sido medio de mayores oportunidades educativas ofrecidas a jóvenes que sin estas ofertas no habrían recibido formación. Lo que relieva la importancia de la diversificación de oportunidades en la mayor igualdad social de acceso a la educación superior.

REFERENCIAS COHEN, A. & BRAWER, Fl. ‘THE AMERICAN COMMUNITY COLLEGE’. John Wiley & Sons, 2008.

CONTRALORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA (CGR). "INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL EN COLOMBIA. EDUCACIÓN, SALUD, ASISTENCIA SOCIAL". 2008.

DUBET, F. "REPENSAR LA JUSTICIA SOCIAL. Contra el mito de la igualdad de oportunidades". Siglo XXI, Bs. As., 2011.

GARCIA, VILLEGAS, Mauricio. "UNIVERSIDAD Y APARTHEID EDUCATIVO. El Espectador. Agosto 26, 2011. Opinión

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fuente:http://razonpublica.com/index.php/recomendado/2521-sesgo-universitario-subvaloracion-de-la-educacion-no-universitaria-y-desigualdad-social-en-educacion-superior.html